"Los engranajes de una maquinaria humorística"
Diario Clarín (Arg) 30.07.05
Anoche estrenaron en Rosario "Los Premios Mastropiero", que traerán a Buenos Aires el 12 de agosto. Durante un ensayo mostraron su minucioso estilo de trabajo, y adelantaron su nuevo espectáculo.
En el teatro Bristol, de Martínez, está ocurriendo un milagro renovable: los cinco miembros de Les Luthiers liman, con precisión quirúrgica, cada ínfimo reborde de las piezas de su nuevo espectáculo: Los Premios Mastropiero. Jorge Maronna arranca una tersa bossa nova de las cuerdas de su guitarra. Le canta a una noche de desenfreno con una mujer casada: todo indica que se trata de la esposa de alguno de sus colegas del grupo. Cada músico va burlándose con mohínes del otro, o alarmándose, según los cambiantes indicios de la letra. Al borde del escenario, Maronna sigue evocando a la lasciva dama "con una mano en el corazón": en el corazón de ella.
"Pará, pará, Jorge: no estires el brazo hacia el costado -detiene el ensayo Carlos López Puccio, sentado en la tercera fila de la sala vacía, con la nuca contra el respaldo y las yemas de sus dedos unidas-. Nadie le toca una teta a una mina así; tendrías que hacer un leve movimiento del brazo hacia adelante." Su marcación inaugura un debate, extenso y profesional, sobre los modos más verosímiles de acariciarle los pechos a una dama que lo consiente. Un debate entre tantos que se sucederán en cuatro horas de ensayo: referidos a los guiones, los tonos musicales, los tempos, las interpretaciones.
Nada raro: cada espectáculo de Les Luthiers está construido sobre sólidos cimientos y consta de una arquitectura humorística minuciosa, perfeccionista, que -virtud de virtudes- parecerá absolutamente espontánea sobre el escenario. El 12 de agosto, cuando Los Premios Mastropiero sea presentado en el Gran Rex, nada sonará sobreelaborado.
Maronna vuelve a la canción de amor adúltero: la música es demasiado bella para ser paródica; la letra, ingeniosa hasta la carcajada a ojos húmedos. El periodista querría que no hubiera interrupciones. Imposible. Cada pieza -nacida de la inspiración individual- es sometida a múltiples reelaboraciones y testeos del grupo. Y también del público, como en los clásicos preestrenos "de contrabando" en distintos shows: alí se analizan las reacciones. "¿Esta parte instrumental no es muy larga?", lo interrumpen otra vez a Maronna. "Es lo que duraron los aplausos cuando la probamos el año pasado", les recuerda él. El pulido de cada canción puede llevar años y no se detiene con el lanzamiento en vivo.
Dijeron que estrenar un espectáculo les produce estrés y angustia. ¿Por qué?
Marcos Mundstock: A mí no me pasa eso. Tal vez me provoca cierta tensión. La misma que siento cuando dejamos de hacer un show por un año y decidimos retomarlo: uno piensa más en no equivocarse que en divertirse.
López Puccio: Yo estoy contento de hacer un nuevo espectáculo. Siento angustia cuando vamos probando piezas nuevas por separado en otros shows. Pero al juntarlas, como ahora, estoy alegre.
Daniel Rabinovich: Cuando más ensayo, menos angustia siento. Pero la angustia nunca desaparece del todo. Los estrenos me ponen contento, pero también me dan ansiedad, terror, temblores.
Maronna: Un miedo suplementario es a la desmemoria: a probarnos si podemos hacer un estreno de corrido sin demasiados errores, olvidos ni machetes. En los estrenos prendemos papelitos en todos lados: ropa, telones...
Mundstock: Hasta repartimos papelitos entre los espectadores para indicarles cuándo deben reírse.
¿El método de trabajo de ustedes puede pasar de minucioso a obsesivo?
López Puccio: Creo que no. Aunque empezamos a probar las piezas de Los Premios... hace cuatro años, siempre tuvimos una especie de freno colectivo aceptable. Llega un momento en que decimos: esto sin público ya no tiene sentido. Necesitamos el feedback.
Maronna: Una vez estrenado, el espectáculo cambia mucho el primer mes, bastante el segundo y levemente en los años siguientes. Las modificaciones pueden ser importantes, e incluir la quita o agregado de temas, o pequeñas.
"Los Premios Mastropiero" va a estar unos seis años en cartel, entre presentaciones nacionales y giras por España. ¿Pensaron que podría llegar a ser el último espectáculo?
López Puccio: Somos humanos; todo espectáculo puede ser el último. Pero no creo que sea el caso.
Rabinovich: Estamos, como cualquiera, expuestos a estar viviendo el último día... Pero no. Vamos a seguir. Tenemos cuerda para rato.
Mundstock: Se entiende a qué apuntás. Dentro de seis años voy a tener 69 años, y el resto me pisará los talones. Si seguimos así no hay por qué parar, pero sin duda nos estamos acercando a la vejez...
¿Y en qué les modifica las vidas?
Rabinovich: ¿Tenés tiempo? ¿Tenés espacio? ¿Tenés pañuelos?
No sé si tengo espacio, pero le podría pedir una columna a tu psicoanalista con la síntesis de tus miedos...
Rabinovich: Hacelo. Estamos muy bien y seguimos divirtiéndonos. Pero el paso del tiempo nos ha ido condicionando. Cambia, todo cambia.
Núñez Cortés: Como la actividad sexual desenfrenada...
Rabinovich: Que se transforma en actividad sexual no desenfrenada. Y, después, en inactividad sexual desenfrenada.
Mundstock: Mi actividad sexual desenfrenada pasó con el tiempo a ser frenada. Y, luego, a ser nada.
Si pudieran volver a empezar, ¿cambiarían algo de sus carreras?
Rabinovich: Sí. Yo sería solista: El Luthier. Me llevaría la plata solo.
Tienen prestigio artístico y bienestar económico ¿Qué les queda por recibir?
Rabinovich: ¿Qué es el off the record? Lo que no se publica, ¿no? Apagá. (A grabador apagado, habla de un premio que no es el Mastropiero). Lo que más deseo es poder seguir trabajando. Nunca nos planteamos obtener nada específico, ni siquiera al principio: nuestro sueño era tener una función más cada mes.
Mundstock: Ahora es tener una función menos.
Maronna: Durante un año estuvimos pensando el guión de una película. Luis Puenzo iba a dirigirla: al final, el sueño quedó en el camino. Nunca sabremos cómo habría sido Les Luthiers en cine.
Una duda casi metafísica: ¿se sienten justificados por sus carreras, amparados frente al futuro?
Núñez Cortés: Te soy sincero: me da mucho placer saber que el día en que abandone este mundo voy a dejar una marquita.
Mundstock: Yo siento que tuvimos mucha suerte, que se dio una constelación de situaciones para que fuéramos lo que somos. No todo trabajo bien hecho florece como floreció el de Les Luthiers en 40 años. Si todo se terminara hoy, estaría contento con lo que hicimos. Hace 40 años hubiera firmado por la cuarta parte de esto.
Rabinovich: Yo también. Pero me da mucho miedo el paso del tiempo; aunque no mientras estoy acá: en Les Luthiers me sigo sintiendo joven, tengo el registro de tenor que tenía a los 20 años. A veces uno se siente mal, cansado, pero cada función es un recreo. Igual les temo a la vejez y a la muerte: es algo ínclito al ser humano.
Núñez Cortés: ¡A la pucha!: ínclito. Me parece que después de una palabra tan elevada ya no le podemos agregar nada a este diálogo
Sobre el humor burdo, la TV, la pasividad y el elitismo.
Hoy existe un humor burdo en ciertos programas de TV, pero a la vez se lo justifica por su masividad. Siguiendo esta lógica, ¿ustedes hacen humor elaborado para algo así como una "elite numerosa"?
Mundstock: Nos ocurre un fenómeno aparentemente contradictorio: hemos logrado refinar los medios para hacer reír y, a la vez, ampliar el espectro de público. Tal vez nos disfruta más el espectador que tiene el conocimiento para captar ciertos guiños. Pero hacemos un producto comprado por un sector razonable de la sociedad, no sé en qué porcentaje.
López Puccio: El concepto de elite puede sonar restrictivo. Nosotros no somos elitistas: nuestro humor tiene una base más amplia de lo que parece. No imponemos otra limitación que el pago de la entrada, y ése es el problema. La televisión es una máquina de juntar plata: ahí interesa vender productos masivos y baratos. Venir a vernos a nosotros es más caro. Somos más caros porque nos cuesta mucho elaborar cada espectáculo.
Alguna vez ustedes dijeron que fueron vanguardia en las épocas del Di Tella y que luego se transformaron en artistas populares aunque no masivos....
Mundstock: Es así. Pensá que ni Woody Allen es masivo en el grado que le da hoy la televisión a esta palabra. Sólo se me ocurre el caso de Monthy Python en Inglaterra: ellos hicieron el milagro de ser masivos en televisión con un producto muy elaborado.
Núñez Cortés: Eran masivos hasta ahí nomás. El otro día escuchaba a John Cleese diciendo que nunca les dieron un premio en Gran Bretaña, que lo tuvieron que ganar afuera. Se quejaba de no haber sido profeta en su tierra.
Mundstock: Pero tenían una gran audiencia. Claro que estaban en un canal prestigioso como la BBC. Acá probablemente ni podrían asomarse en televisión. Hay que pensar que también en la televisión la gente elige qué ver. Y, en este momento, el público mira masivamente cierto tipo de humor que no es el elaborado. Algunos dicen que habría que mejorar la oferta para que los espectadores fueran exigiendo productos mejores. Pero la cuestión es, sin dudas, más compleja